sábado, 8 de agosto de 2009

Por eso me gusta tanto el otoño

El verano es para el cuerpo y el invierno para el espíritu. Dicho así podría sonar demasiado categórico. Hablo de primera mano. Ropa fuera, piel tostada, camina que caminarás... El verano es la vacuidad de las neuronas chamuscadas. Verano de arena y toalla y un refresco bien frío y no me calientes la cabeza y ensaladas ligeras y siesta larga, siempre descalzo y sin reloj, sin saber que día es y este dulce "no hacer nada" u otramente llamado aburrimiento. El verano es para el cuerpo, esta carne que suda y pesa, este bagage tembloroso. Cuando el cuerpo reclama sus derechos no hay metafísicas que valgan. La física siempre se impone como se imponen tantas cosas: la canciones de moda, las colecciones por fascículos, las teleseries para adolescentes, las rebajas de los grandes almacenes, el neoconservadurismo yanqui, el amor ineluctable, la erección matutina, la nostalgia de la infancia, la terrible belleza. El verano es para el cuerpo. Por eso me gusta tanto el otoño a pesar de la hecatombe de las hojas.

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