domingo, 22 de noviembre de 2015

Sólo 10 cosas del Real Madrid - FC Barcelona, por un humilde juntaletras

1 – Benítez pone a un equipo que no se cree y no sé si lo hizo para que la gente lo vea y esté contenta o porque se lo dijo alguien. No entendí esa media presión con la defensa tan adelantada con los jugadores que tenía y me parece que muchos tampoco entendieron nada.

2 – Sergi Roberto tenía que jugar ayer igual que se ha merecido jugar siempre hasta ahora. Y ojo, que también se ha merecido que le dejen jugar mañana.

3 – Los centrocampistas del Madrid en sus equipos anteriores eran mediapuntas y muy buenos, por cierto. Siguen siendo muy buenos pero no juegan en su sitio. Tienen que correr para arriba, para abajo y por los tres de arriba. Y acaban sin piernas, sin pulmones y sin ideas.

4 – Suárez y Neymar son muy buenos pero nunca serán como Messi. En parte, porque tendrían que aprender de él o de Iniesta a no tirarse cada vez que les tocan.

5 – El Madrid tiene tres mantas arriba y urge, por el bien del fútbol y sobretodo por respeto a la afición, que corran, que se muevan o que suden.

6 – Dejé de entender a Benítez cuando cambió a James, que estaba siendo y que es el mejor jugador del Madrid, por Isco, que no es jugador para el Madrid.

7 – La reacción del Madrid duró ocho minutos y se acabó en cuatro, que fueron los que pasaron entre el gol de Iniesta, el inexplicable cambio de James y la entrada de Messi.

8 – La afición del Madrid es extraña. Un día aplauden a Ronaldinho o a Iniesta y otro corean el nombre de Isco por autoexpulsarse con una entrada lamentable o ponen pancartas a favor de Mourinho.

9 – El Barça pudo haber metido tres goles más si no es por Munir, igual que el Madrid pudo haber marcado un par si no es por Bravo, no lo olvidemos.


10- Cristiano Ronaldo no le llega a Messi ni a la suela de los zapatos. Ni ayer, ni anteayer, ni hoy, ni mañana. El que crea que son los dos mejores jugadores del mundo, que siga engañándose y vuelva a repetirme los goles que mete cada uno. Mientrastanto, yo seguiré viendo partidos de fútbol. 

miércoles, 18 de noviembre de 2015

XXVIII Marxa Popular dels 20kms de Platja d'Aro

Llegaba habiendo corrido poco y mal desde hacía tiempo. Ha sido un año en el que he acumulado muy pocos kilómetros a pie y en el que creo que me he estancado. Los ritmos no han mejorado aunque tampoco he puesto mucho de mi parte, sinceramente. Incluso ha habido semanas en las que no he salido a correr y siempre he encontrado alguna excusa de mal pagador para no ponerme las zapatillas. La pereza se paga como todas las facturas. 
El pasado domingo tuve que luchar durante poco más de dos horas contra mi mismo, contra un cuerpo que no respondía a lo que le pedían las neuronas; una pelea interior de aquellas que crees que recordarás toda la vida porque te enseñan más de lo que imaginaste. 



La salida fue rara por lenta. Al contrario que otras veces, se despegó tranquilamente. Quizá es que mucha gente sabía por donde íbamos a meternos, ya que en apenas tres kilómetros empezaba una subida larga y que tenía pinta de ser dura. 



Esta era la única parte del circuito que no conocía pero pude hacerla bastante bien. Habíamos llegado al techo y al primer avituallamiento. Una parte difícil estaba completada. El drama es que aún quedaba mucho. 
Tocaba economizar esfuerzos para encarar una bajada larga por pista ancha y luego un llano entre campos que nos dejaría en un camino de ronda plagado de escaleras y con unas vistas preciosas. 



Con quince kilómetros en las piernas y con dos ediciones consecutivas a mis espaldas, sé que este sector puede ser fatal si no te has regulado. Dosificarse puede implicar bajar la cadencia, ponerse a caminar, apoyarse en un árbol y jadear varios minutos o bien sentarse en el suelo con la cabeza agachada y la mente en quien sabe donde.



Con dificultad acabé el sube baja para recorrer unos metros de playa. A esas alturas, empezaba a estar muy tocado. 



Al final del tramo arenoso, se empezaba a subir escaleras y a trepar por rampas durante un buen trecho. Y fue ahí, ya con casi dieciocho kilómetros encima, cuando empecé a recordar como arde el infierno. Pulsaciones rápidas, pasos lentos. La explicación es obvia y el cansancio también. 



Llegué a la cúspide, miré el reloj y vi que no podría acabar en menos de dos horas ni aunque me hubiera subido en un avión. Me castigué un poco y maldije a todo lo que veía y a mucho de lo que pensaba. Hubiera sido un buen tiempo tal y como se presentaba la afrenta. Se tiran más toallas con la mente que con las manos. 



Maltrecho de arriba y de abajo y sin quererlo, estuve por asegurar para siempre que correr es una porquería. Craso error. El deporte nos pertenece y hay que quererlo del mismo modo que se quiere a la familia, adorable en ocasiones, latosa muchísimas veces, pero siempre entrañable; gente que no te juzga por tu última estupidez sino que hace media con todas las anteriores. 
Los últimos tres kilómetros fueron los más largos que recuerdo. Los hice por inercia y porque iba acompañado. Si llego a estar solo, creo firmemente que aún estaría caminando alrededor del río. 



Cuando por fin crucé la meta, lo festejé interiormente y sentí un alivio importante. En ese instante me daba igual la posición, el tiempo y todo lo demás. De hecho, cualquiera que llega tarde a un sitio puede celebrarlo porque a veces lo único que sirve es precisamente eso. La historia del mundo está jalonada de ejemplos de júbilos vanos e inconscientes, desde los que llegaron al Polo Sur y se encontraron otra bandera plantada, hasta los que descubrieron que ella tenía novio una vez iniciado el desembarco en Normandía. 



Con las piernas bloqueadas, intenté pensar en algo que me hiciera feliz pero no pude. Ni el bocadillo final, premio de honor para todos los que estábamos allí, era estímulo suficiente para valorar el trabajo que había hecho. 



Algo consternado y bastante lastimado en cuerpo y alma por haberme pasado cinco minutos del tiempo previsto, me fui por donde vine como Humphrey Boghart de Casablanca: sin la chica pero con la eterna aspiración de los que estamos habituados a quedarnos sin ella. 

lunes, 2 de noviembre de 2015

Gerunda Road 2015

Lo que sucedió entre el principio y el final es interpretable y vaporoso. Podrían darse 500 y pico versiones de lo que fue la carrera, una por ciclista. Los que hicieron la marcha corta, los que nos aventuramos con la larga y los que acabaron mezclando un poco de cada una porque se arrepintieron a tiempo y optaron por no asomarse por el embalse. Todos, incluso los que no pudieron acabar por algún motivo o los que estuvieron al pie del cañón organizando, dirigiendo o ayudando, tienen su historia.  
El recorrido largo constaba de 135 kilómetros con un desnivel positivo de 1700 metros, destacando la subida al alto de la Pedrallarga (20kms al 3,5%), al alto de Nafré (4kms al 6,5% con rampas del 14%) y al alto de les Encies (3,5kms al 4%). Sumémosle alguna trampa final que no estaba prevista de inicio y nos saldrá una marcha cicloturista mucho más que decente. 




La estrategia estaba clara. La idea era beber cada 15 minutos, una vez agua y otra sales y así hasta llegar quien sabe cuando. Además, tenía que comer cada tres cuartos de hora, empezando por las barritas y siguiendo por los geles, también hasta el final. 
Precavido que es uno, me presenté en la salida con dos horas de antelación. Me dio tiempo a desayunar, a vestirme, a hacerle las últimas comprobaciones a la bicicleta y a ver salir el sol, aunque se hizo de rogar. 



Las previsiones meteorológicas daban lluvia en algunas de las poblaciones por las que íbamos a pasar. Por eso y por el mal recuerdo de la casi hipotermia de La Rioja Bike Race, desde entonces y ante la mínima duda, la solución pasa por llevarme una mochila con un chubasquero aunque sólo sea para pasearlo durante horas, como en este caso. 
La temperatura era perfecta porque no iba a hacer ni frío ni calor pero cuando el termómetro es idóneo, el problema es como vestirte. Algunos van muy abrigados y otros van como si fuera pleno verano. Yo decido hacer una mezcla y me voy hacia la parrilla de salida. 
Nos advierten de que hay tramos peligrosos debido a la lluvia que ha caído en las ultimas horas y a que hay zonas muy húmedas y sombrías. Piden y vuelven a pedir mucha precaución, sobretodo en los tramos de bajada. 
Y se salió como si no hubiera mañana. Rodando en pelotón no tienes que preocuparte por muchas cosas, salvo por no tirar ni ser tirado. Así transcurrió la primera hora de carrera, salvando alguna complicación y sumando 31 kilómetros, algunos ya metido en el primer puerto del día. 


Esta subida es realmente larga pero entretenida. No tiene porcentajes duros y se hace cómodamente, amenizada sobretodo por las bonitas estampas que se van dejando atrás en cada giro. Las hojas muertas del otoño ayudan lo suyo. 


Iba ascendiendo en medio de un silencio majestuoso, roto a veces por los disparos de algún cazador. 

Tras coronar, me paré en el mejor avituallamiento que he visto nunca. Daban ganas de quedarse a vivir allí para siempre pero tras tanto rato subiendo, ahora tocaba bajar con cautela. 
Después de un descenso vertiginoso en el que fui adelantado por varios kamikazes, un par de motos de los Mossos d'Esquadra y una ambulancia, era el momento de enfilar la segunda subida del día y la más dura, según mi punto de vista. 


Había que retorcerse a ratos, no quedaba más remedio. La velocidad bajó considerablemente y desde mi posición, mirara a donde mirara, podía ver a un reguero de ciclistas cabecear cuando se pasaba por las rampas más empinadas de esta carretera tan preciosa como solitaria y que nos llevaba casi al techo de la presa de Susqueda.   
Se acabó subir y tocó bajar por un piso peligroso, medio mojado y a ratos bacheado que hacía presagiar caídas y/o pinchazos a mansalva. Tenía unas ganas tremendas de irme de ahí y salir a tierra firme porque había sufrido un pinchazo la semana anterior y esto va por rachas, como casi todo. Las vistas tan bonitas que iban sucediéndose mientras bordeaba el embalse a toda velocidad no sé si compensan el alto riesgo de incidente que había en ese tramo. 


Toqué asfalto noble y, a pesar de ello, no me sentí muy liberado porque sabía que el nuevo panorama no era el más adecuado en ese momento. Había que salvar un falso llano de 10 kilómetros que siempre picaban hacia arriba y que acabaron haciéndose larguísimos. Las rectas interminables me pesaron demasiado en la cabeza y las piernas, que hasta el momento iban finas, empezaron a molestarme.   
Tras 90 kilómetros, empecé a notar la fatiga repentinamente. El ciclista no es más proclive a la tentación que cualquier otro ciudadano. Lo que le distingue es el estado de extenuación. Agotadas las fuerzas, las debilidades mandan. Es el cuerpo llevado al límite el que invita a la mente a tomar atajos. A nadie hace más caso un enfermo que un médico. Por eso la única opción posible era la que me ofrecieron: chupar rueda. 
Así llegué al segundo avituallamiento, colocado en el pie del tercer puerto del día: echándole el aliento en el cogote a un forzudo. No valen más interpretaciones, por favor.  

Ascensión muy llevadera en condiciones normales pero que a esas alturas de la película no permitía muchas virguerías. 
Un compañero de fatigas no tan apuesto como el anterior, me ofreció colaborar y dudé un instante. Ante retirarme o insistir, decidí sucumbir en el intento, gloriosamente. La subida se pasó volando y, tras mirar el cronómetro, vi que podría acercarme a las 5 horas en la llegada si me daba algo de prisa. Por un momento, la sorpresa se insinuó pero la naturaleza iba a acabar por imponerse, como casi siempre. 
Siguió un tramo aburrido, también con muchas rectas de película de Alabama aunque esta vez tenían tendencia descendente. La buena noticia es que quedaban unos 25 kilómetros. El presente estaba siendo un tanto plomizo pero el futuro inmediato se avistaba deslumbrante. 


Antes de empezar el último tramo de subida, recibí un par de amagos de calambres que no pasaron de ahí. Nada preocupante mientras se navegue por mares en calma. 
Según mis cálculos, quedaban unos 6 kilómetros ascendentes con un porcentaje medio del 3,5% y el resto ya era bajada. No tenían que ser duros pero para mi lo fueron bastante. Había poco desnivel pero soplaba viento en contra y yo siempre pierdo contra el viento. 
Ahí sí que empecé a notarme cansado de verdad, de arriba y de abajo. Era el momento de la mente, de buscar algo que pudiera darle a los pedales. Si algo dignifica a los deportistas de a pie es la fuerza de voluntad y la ambición que tienen para ir superando las dificultades que van surgiendo en el camino. Hablando en plata: tener que sufrir para poder disfrutar. Y eso no es fácil, es casi imposible. Significa depender de uno mismo y saberlo. Significa tener que liberarse a ratos de todo lo demás. Significa ganar al cansancio y a la pereza y pactar las tablas con la suerte. Significa ser superior a todo lo anterior y darle chispa al cuerpo y a la cabeza, sobretodo a la cabeza. 


Pero no todo iba a ser rodar, comer y beber. También tuve que arreglar un pinchazo que tuve en plena bajada, cuando únicamente faltaban 8 kilómetros para llegar a la meta. Por suerte, solventé rápido el percance. Y es que todo no puede salir perfecto. Eso lo saben mejor que nadie los padres de tres niños o cuatro niñas, por ejemplo. 
Los últimos kilómetros, los de la satisfacción y el recuerdo, los hago con un grupo de 4 integrantes más. Se intuía un sprint final sano del que tenía ganas de ser partícipe pero me coloqué para avanzar y tracé mal una de las últimas curvas. Por allí me perdí. No obstante, mi desgracia me anima. Ya me tocará otro día, más adelante, quizás cuando se repartan más premios. 
La batalla acabó por todo lo alto, con varios centenares de soldados exhaustos y, por suerte para todos, con un único muerto: la mañana del primer domingo de noviembre.