domingo, 1 de mayo de 2016

Pirinexus Half P360 Gravel

Tenía que completar 125 kilómetros guiado por un GPS que improvisé en el manillar de mi bicicleta con unas cuantas bridas. 
El recorrido era circular y me conocía perfectamente la segunda mitad. El plan volvía a ser resistir porque de este largo jornal no debía salir un ganador, sino muchos supervivientes. 

 

No era una prueba que tuviera prevista para este año y aunque me pareció una buena piedra de toque sobre la que me informé tarde, iba bien de ánimo pero quizá algo corto de entreno. Las aventuras poco planeadas acostumbran a quitarte mucho más de lo que podrían llegar a darte. 
Era la distancia más larga que había afrontado hasta el momento en bicicleta de montaña y desde pocos minutos antes de salir supe que la meteorología iba a estar en contra de todos los allí presentes. 
Empezó a lloviznear y hacía bastante frío para lo que suele hacer en esta época del año. A mi traje de manga corta y unos manguitos, sumé unas mallas y un chubasquero a última hora que resultaron cruciales con el paso de las horas. 
Se dio la salida y con cinco minutos tuve bastante para calarme hasta los huesos y unas cuantas horas fueron las que estuve lleno de agua, barro y frío mientras pedaleaba con el único objetivo de volver al sitio del que había partido. 
Tras un tramo asfaltado y un cuarto de hora de jarreo continuo, la lluvia nos dio un pequeño respiro mientras empezamos a seguir el cauce del río Ter por senderos enfangados y maltrechos por el agua. 
Entre chaparrones, lodo y una bicicleta que engordó unos cuantos kilos en un par de horas, llegamos al primer avituallamiento. Había recorrido apenas 42 kilómetros y, tras una parada breve para llevarme a la boca un poco de membrillo y un par de galletas, retomé la marcha. 
En este punto, dejó de llover durante media hora e incluso noté que se estaba secando el chubasquero. Después de ese lapso temporal de alegría efímera, volví a la cruda realidad, que no era otra que pedalear silenciosamente bajo una lluvia inquebrantable. 
Recorrida la primera mitad de carrera, hice dos lecturas. La positiva es que no estaba teniendo frío y que no soplaba viento. La no aparición de esos dos factores era un acicate importante para seguir dando pedales sin descanso. La negativa, que el poco desnivel que había que salvar estaba a partir de ese punto. 
Con ese panorama, llegué al segundo y último avituallamiento. Me explayé demasiado con las gominolas y, ahora sí, cogí algo de frío pero no era momento de lamentarse: había que volver a salir al ruedo. Quedaba poco más de un tercio de una nueva hazaña personal fabulosa. Quedaba confirmar un sueño, una esperanza: que hay una alternativa a la victoria. 
Al encarar el sector consistente en un tramo de ascenso suave pero continuo, empezó a soplar viento en contra. Muscularmente estuve impecable hasta que quise forzar más de lo necesario para salvar ese momento. A veces uno desafía al estado y le vence el sistema, la banca y los bancos. Como suele suceder. Ese fue otro acierto: aminoré el ritmo y dejé que las piernas hicieran lo que quisieran. 
Cualquier otro día me lo hubiera hecho con la gorra pero no era el día más favorable para las florituras y menos aún teniendo en cuenta que el agua dio paso al viento ya hasta el final.  
Me escudriñé levemente a pocos kilómetros de acabar. Dejando de lado mi aspecto desaliñado y repleto de lodo por todas partes, físicamente estaba muy entero: sin dolores ni achaques relevantes y con unas piernas intactas. Nuevo punto positivo: supe dosificarme y alimentarme como es debido. 


Crucé la meta entero, sano y salvo y con unas ganas tremendas por ducharme a mí y a mi bicicleta, que llegó conmigo desajustada, embarrada hasta la bandera y, paradójicamente, con la cadena totalmente seca. 


La grandeza del ciclismo radica en la cantidad de valores que parece reunir. Hablamos de ciclistas valientes, colosos o astutos, y en la orilla contraria decimos que otros son conservadores, chuparruedas o timoratos. Nos olvidamos, demasiadas veces, de que el ciclismo es, en primera y última instancia, una cuestión de fuerzas y sin ellas no hay valientes ni colosos ni astutos; simple y llanamente, hay supervivientes. 


Fue el día de quien se pasa el resto del año trabajando en silencio mientras ve como posan los demás. Un tipo instruido, sufrido, disciplinado y limitado. Alguien que en esto del deporte habitaba humildemente incluso por debajo del limbo en el que moran los mortales. Vivía, digo. Desde hace unas cuantas horas estoy alquilado en una nube.