jueves, 21 de mayo de 2015

La Rioja Bike Race 2015 (Etapa 3)

Abrí los ojos muy animado y con ganas de acabar el reto. Físicamente seguía igual de lastimado pero además me aparecieron unas molestas rozaduras en las nalgas. Esto ya me preocupaba más aunque tampoco podía hacer mucho más que ponerme vaselina. Mis compañeros no estaban mucho mejor: uno con el estómago en cuarentena y otro con las rodillas desengrasadas. 
Si la bicicleta seguía sin averías, todo sería más fácil. Hasta el momento no había sufrido ningún desajuste de frenos o de cambio, ni roturas de cadena, ni pinchazos. La máquina se estaba comportando impecablemente y seguro que era la que presentaba las peores prestaciones de todas las que había en la parrilla. Y con sus quince kilos de peso. 
El postre eran sesenta y siete kilómetros con un desnivel positivo acumulado de dos mil metros. En la salida se comenta que las subidas hoy tendrán más inclinación que ayer. 



Salimos algo más tranquilos y con un ambiente más distendido si cabe. El primer tramo es llano y se rueda bien hasta que en el kilómetro ocho aparece el primer tapón del día en una larga rampa de subida un poco técnica pero que creo que podría hacerse bien. La pateada dura un buen rato y, una vez arriba, se puede volver a rodar por pistas más anchas pero siempre en terreno ascendente. 
Se pasa por Clavijo y se atisba a lo lejos su castillo a través de un terreno duro y empinado, con rampas cuyos desniveles son más que serios. A diferencia de los dos primeros días, hoy sí que me paro en el primer avituallamiento y cargo de lo lindo porque el segundo está a más de treinta kilómetros. Hoy hace más calor y voy igual de abrigado que ayer, así que es probable que necesite más líquido. 
La mala suerte de ayer se invierte. Además de gozar de unos paisajes más agradecidos y bonitos que en las dos jornadas anteriores, el perfil de la etapa que llevo enganchado en el manillar me la juega a mi favor. Cuando creo que me deben faltar un par de tediosos kilómetros para acabar la subida, resulta que empieza la bajada. En ocasiones así, en las pocas veces que todo sale bien y el viento nos infla la camisa, la lástima es no tener un casino cerca. Además, resultó ser la bajada que más me gustó de todas las que hicimos y la disfruté mucho.  
Pasado el momento de gloria, se volvió a enfilar un tramo ascendente por pista ancha que duró unos pocos kilómetros. También fue la subida que más me acabó gustando: el piso era firme y las rampas largas y tendidas, un trazado acorde con mis características. 
Parece que los peores desniveles ya han pasado y me motiva ver que me queda menos de la mitad de la etapa. Nada empequeñece tanto como la pérdida de confianza y nada engrandece más que la seguridad en uno mismo. 
Quedaba pasar por la senda del monolito en Nalda, un tramo descendente, pedregoso, estrecho y divertido que seguro que disfrutaron aquellos que son más técnicos y que tienen más bemoles. 
Quise animarme en algún momento con la bajada pero estuve a punto de darme de bruces un par de veces. Cuando quería intentar soltarme no tuve mucho éxito aunque creo que mi actitud fue bastante digna. La eterna realidad es que no lucho contra nadie, sino que me rebelo contra mis propias debilidades. 
Acabé el tramo complicado y me avituallé antes de encarar un largo tramo favorable de llanuras y viñedos interminables antes de dar paso al sube baja final de siempre. 




A falta de cinco kilómetros, me apeé de la bicicleta, me quité el cortavientos (hacía bastante calor) y llamé a mis compañeros para que estuvieran preparados y me hicieran una foto y/o un vídeo en la llegada. En menos de 10 minutos estoy ahí, les digo. Que tengan que esperarte tiene estas cosas. 
La sensación de vivir un momento personal importante me empujó tanto como las ganas de adelantar a alguien en los metros finales. Hubiera alcanzado a algún corredor de no ser porque la gran mayoría ya estaba de vuelta a casa tras haberse impregnado de la fragancia que dejan las nubes del Olimpo riojano. 
Fue glorioso, espectacular, hermoso, increíble. Yo corrí, yo lo viví y jamás podré olvidarlo. 




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