lunes, 9 de febrero de 2015

V Duatló de Granollers Circuit de Catalunya

La temperatura era más que gélida. El termómetro no marcó grados positivos hasta eso de las ocho y media de la mañana, que fue cuando llegué al Circuit de Catalunya, lugar en el que abría la temporada deportiva. 




El año pasado se me pasó la inscripción a uno de los duatlones más multitudinarios que hay y esta vez ya estuve con las orejas tiesas. Me hacía gracia correr en un circuito cerrado de velocidad y no podía volver a perder de nuevo esta oportunidad. 
La prueba consistía en completar al circuito una vuelta entera corriendo, cuatro más en bicicleta y otra media vuelta más corriendo. 




Habiendo acumulado ya algo de experiencia en carreras de este tipo, no podía limitarme a solamente acabar la carrera sino que tenía que ir un poco más allá en mis propósitos. Por eso mi misión esta vez era la de no guardarme nada en ningún momento e ir a tope desde un buen principio. La gracia estaba en ver cuanto tardaba en caer al suelo la manzana. 



Tras veinte minutos calentando concienzudamente, tomé posiciones en la línea de salida. Me ubiqué en la mitad de la manada y a pesar de la gran cantidad de gente que había, pude arrancar sin golpes ni tropezones. 
Como mi idea era no dejarme nada, salí a darlo todo. Y por eso quería batir mi récord personal en la distancia de 5 kilómetros. Me impuse un ritmo importante para mis limitaciones e hice una marca de 21', lo que supone haber corrido a 4' 12" cada kilómetro. Para los mortales precavidos, esto ya es casi como haber ganado. 
Lo peor de la hora escasa en la que estuve sobre el circuito tuvo lugar cuando entraba a boxes para cambiarme las zapatillas y ponerme el casco pero con las manos entumecidas por el frío era incapaz de abrochármelo. Llevar guantes no me ayudó a calentarme. Así que primero resbalé en la oscuridad, luego me hice un daño innecesario intentando encender la luz y acabé tropezando con todos los muebles afilados. Perdí un buen tiempo entre cierres y cordones. 



Cogí la bicicleta dispuesto a apretar aún más el acelerador. La carrera a pie me había lastrado físicamente al haber llevado un ritmo por encima de mis posibilidades pero el hecho de haberme superado me ayudó mentalmente a no venirme abajo mientras le daba a los pedales. 
El circuito que se ve tan cojonudamente desde la televisión no es llano. Lo escribo ahora que lo he probado y lo explico ahora que lo recuerdo. A excepción de la recta de meta, la parte trasera es un continuo subir y bajar entre curvas a un lado y a otro que hacen que se te pongan las piernas en huelga y el corazón de vacaciones. Contra eso sólo queda apretar los dientes y pelear. Sólo así, como es mi humilde caso, puedes completar el sector a una velocidad media de más de 33 kms/h. 



Me volví a calzar las zapatillas fluorescentes para afrontar el último segmento. Con la fatiga acumulada, mi rendimiento era incierto pero quedaba lo más corto y lo estaba haciendo bien. Sabía que mi ritmo bajaría pero para ayudarme estaba don Garmin: él tenía que avisarme y marcarme el límite y yo tenía que correr, tan sencillo como eso. 



Ya casi al final, y con el corazón desbocado de tanto correr, perdí la memoria y se me aflojó la voluntad, o tal vez fuera al revés y lo cierto es que ya no me acuerdo. Lo destacable de ese momento es que todo lo que había hecho hasta entonces corrió el riesgo de perderse para siempre, detalles incluidos. Cansado, muy cansado, estuve a punto de aflojar y dejarme llevar por un ritmo anodino. Sin embargo, eché el resto y tardé casi 11' en recorrer la última media vuelta: acabé corriendo a 4' 19" cada kilómetro. Desistir no hubiera sido justo y al final, afortunadamente, cambié de idea y tiré con lo poco que me quedaba. Todos los triunfos son más grandes aún si también contamos las cicatrices. 



Tras acelerar la marcha en los últimos 200 metros y conseguir adelantar a 5 corredores en este tramo, llegué a mi destino y acabé en la 188 posición de 352 participantes, todos con nuestra particular historia personal, de esas que tanto suelen admirarse por más típicas que sean. 
Será por eso que desde que me prodigo levemente por el mundo de las carreras populares me he percatado de que cualquier ganador siempre satisface a los del otro lado de la valla y cualquier derrotado inspira la misma ternura. Suerte que no los hay. Siempre gana uno y vencemos todos. Bendito deporte. 

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