La tarde languidece como el regusto que me has dejado en los labios antes de partir. Bajo las cenizas volátiles de un volcán muy lejano vamos viviendo despacio hasta que toquen las campanas de la hora oscurecida. Tu sonrisa me acuna y no temo a nada ni a nadie. Igual que un pájaro que se deja llevar por el viento que peina a los árboles.
La tarde se alarga como el eco de tu voz cuando cuelgas el teléfono. Hay una certeza profunda en el fondo del corazón, una paz que no entiende de grietas. La noche nos esconderá bajo las sábanas. Vamos a vencerlo todo.
La tarde se eterniza como el recuerdo más feliz, como su mirada siempre presente, como la niñez que yace en el alma. No es preciso correr ni esperar a que ocurra algún milagro. Es suficiente con el susurro del latido manso, con darse la mano con firmeza y caminar juntos, el uno al lado del otro, fundiendo miradas, siempre hacia delante.
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