lunes, 17 de agosto de 2015

XLII Travesía de Sant Feliu de Guíxols

En días como el de ayer te quedas un poco aturdido, sin saber por dónde empezar. Por eso confieso que escribir es más sencillo cuando no sucede nada y cualquier tema es posible. No obstante y después de todo, estoy mucho mejor y sólo espero que nadie de los que vayan a leer esto empeoren tras apagar el ordenador. 
Me presenté en la travesía con bastantes ganas a pesar de que la semana antes ya había participado en una. Esta vez había que madrugar más pero no importaba. Dicen que sarna con gusto no pica. 
El día nació fresco y con muchas nubes. Mi principal temor la noche antes fue la temperatura del agua, ya que el termómetro había bajado bastante. El clima, si cabe, lo haría más interesante o más épico. Podría ser un día para los valientes, pensé, o para empezar a serlo porque casi nunca es tarde. 


Se fue arreglando lentamente el marco, salió el sol, calenté un poco y toqué el agua. Como tampoco pretendía un jacuzzi con modelos y vi que había mucho valiente, me pareció que estaba todo en orden. Con mucha gente pero todo bien ordenadito, como está mandado. 



Antes de venir creí ferozmente que el recorrido me iría bien. Era más corto que la semana anterior y sólo tenía que atravesar la entrada de una cala pedregosa, salir a mar abierto y girar en dirección hacia la orilla. Incluso en caso de que hubiera olas, por pura lógica estas nos favorecerían. 



La miga estaba al principio. Se salía desde dentro del agua y supongo que esto lo hacen para evitar embudos y porrazos pero los hay igualmente. Entre los 300 participantes ocupamos casi todo el ancho de la cala y en pocos metros sabíamos todos, o casi todos, que se podía armar un jaleo importante al hacer el giro para encarar la eterna recta hasta la playa. 



Sonó la bocina y empezó la pesca. Lo que era un mar sosegado se convirtió en un vaivén de olas y muchos tragos de agua salada. Iba acelerado y me costó una barbaridad llegar hasta lo que tenía marcado como punto clave. Además, cuando lo hice me encerré de mala manera y tuve que ceder. No había cogido mucho ritmo aún y me costaba tener una respiración uniforme. Lo que me prometí que haría, no lo hice y en ese giro me frené y permití el avance de unos cuantos que fueron muchos y que tuvieron más agallas que yo. 
Digamos que no tuve ambición ni mirada asesina para cuadrarme y meter el hocico en ese revuelo. Me repetí tantas veces que no lo permitiría, tanto lo dije y tanto me lo aprendí, que fue imposible cumplirlo. A lo mejor jamás seré más que alguien normal después de eso. Si la honradez es virtud, quizá la timidez no lo sea tanto. 


Cuando pude colarme y retomar las brazadas, noté olas y corrientes que me llevaban a todos los sitios posibles menos a la meta.  
Me tranquilicé como pude pero me notaba pesado a pesar de llevar muy pocos minutos en el agua. También es cierto que cuando más fatigado me encuentro, mejor nado. Me concentro más en la técnica y tengo la sensación de aprovechar más los movimientos. El cansancio lo limpia todo. 


Dadas las circunstancias, encaraba una nueva situación de carrera, con más espacios y sin tantos nervios y eso me fue mejor. Notaba más deslizamiento y un nado más fluido. Tanto es así, que intenté un arreón para adelantar a una manada que tenía a pocos metros pero el arranque se me hizo demasiado largo, así que volví a mi ritmo. Como acto de valentía había sido impecable. Como estrategia militar, paupérrima. 
Pisé tierra y vi que había hecho un tiempo similar al de la semana pasada a pesar de nadar entre 200 y 300 metros menos. Puede que fallen los relojes, las mediciones o los que miden. Ayer fallé yo, como casi siempre, y falló algo más, aunque eso es lo de menos. 


Salvando las distancias y aunque la comparación probablemente no sea la más idónea, soy un palestino del agua. Mi única opción es tirar piedras a los tanques enemigos. No doy más de mí y con tal bagaje, lo raro sería hacerles un mísero rasguño. 
A falta de momentos geniales, siempre obtengo suculentos premios por mi eterna constancia. Una camiseta, una bolsa de gominolas, un vaso de refresco, un trozo de pastel, una medalla que acabará dormitando eternamente en algún cajón perdido o una simple foto. De momento cualquiera me vale. Lo seguiremos intentado. 


lunes, 10 de agosto de 2015

Tri1day Sant Antoni de Calonge

El Tri1day es una jornada deportiva solidaria que se celebró el pasado sábado 8 de agosto en Sant Antoni de Calonge. Entre las actividades propuestas había una travesía a nado de 1500 metros, correr una milla, correr una carrera nocturna de 5 kilómetros o una caminata solidaria. 
Si te apuntabas a las tres primeras y las completabas, eras considerado como finisher del Tri1day que este año llegaba a su segunda edición. 



El evento tenía lugar al lado de casa y a un precio asequible y aunque mi estado de forma no era el más óptimo, decidí inscribirme en el Tri1day. Acabar las tres carreras no iba a suponerme problema alguno pero ocurría que llevaba tiempo notándome lento y pesado corriendo. Mis tiempos no eran buenos y las sensaciones, peores. El día antes miré el listado de inscritos y vi que se habían apuntado 24 personas al reto. 

3ª Travesía de Sant Antoni de Calonge



Era la primera travesía que hacía pero no estaba nervioso. El mar andaba calmado y con buena temperatura. Mi única preocupación fue la de buscarme un sitio en la salida, que se daba en una cala muy pequeña y que cuando yo llegué ya estaba hasta la bandera. 



Calenté poco y me coloqué en las últimas posiciones pensando que al final cada uno acabaría en su sitio, así que daba igual donde salir. Calculé que estaría una media hora nadando y se dio la salida. 



En los primeros 100 metros se formó el caos y por eso había que ir con suma cautela para esquivar a los que se cruzaban o evitar a los que frenaban extrañamente. Nadaba tranquilo, alargando al máximo cada brazada y sacando la cabeza de vez en cuando para ver si seguía la hilera imaginaria que marcaban las boyas. 
No notaba las típicas molestias que suelo tener en mi brazo derecho hasta que lo caliento debidamente, cosa que me puede ocupar 300 o 400 metros de nado. Iba todo bien: ni golpes ni rasguños ni ahogos ni dolores. 



Al llegar al puente que cruza el río, decidí incrementar levemente la marcha y empecé a rebasar a gente. No se me estaba haciendo largo y no estaba cansado, así que podía mantener ese ritmo sin problemas. 
Mi vista agradeció llegar a la parte del espigón porque el fondo monótono arenoso se convirtió en un desfile de peces que se escabullían entre las rocas. Este era el último tramo mental que tenía que superar antes de enfilar la recta final de camino a la orilla. 
Toqué tierra y troté suavemente hasta cruzar la meta. Tardé menos de 24 minutos, prácticamente no me había cansado y tampoco salí desorientado. Acabé en el puesto 102 de 164 nadadores. 
Conseguí, por fin, un tiempo decente en natación y sin haberme preparado específicamente para ello. Ya dicen que aquello que acostumbra a buscarse con ansia suele llegar cuando uno menos se lo espera. Sucede lo mismo con los amores adolescentes.  



20ª Milla Urbana 


Sabía de antemano que iba a suponerme la carrera más difícil de las tres. Era la más corta y la más explosiva y a mi no me van bien este tipo de esfuerzos. El riesgo y la vergüenza de llegar el último arrastrándome eran más que evidentes. 
Tampoco tenía referencias del tiempo que podía o debía tardar porque es una distancia que no había entrenado nunca. 
El recorrido consistía en dar tres vueltas de 500 metros antes de encarar la recta final. 


Cada franja de edad tenía su salida propia y a mi me tocaba salir en la última de las tandas, la número 13 a las 20:10 de la noche. O sea, que tendría apenas una hora para descansar y recuperarme antes de afrontar la carrera nocturna. 
Ya en los prolegómenos pude observar como se preparaban los centauros que iban a salir en mi serie. Auténticos atletas a quienes iba a ser imposible seguirles la estela durante mucho tiempo. 
Creo que calenté bien pero no sirvió de mucho porque la salida se retrasó media hora, así que tuve que ingeniármelas para no enfriarme bajo la fina lluvia que empezaba a caer esporádicamente. 
Mientrastanto, iba urdiendo mi fantástico plan. En esta ocasión, el triunfo era que esos cuerpos celestiales no aparecieran por detrás y me aplastaran, el cometido era viajar por delante de ellos sin ser devorado. Evitar que me doblaran me pareció el único modo posible de afrontar la carrera. Lo mejor, concluí, era incrustarme en sus nucas hasta que su ritmo acabara conmigo. 


El señor de rojo disparó y los galgos arrancaron como si no hubiera mañana. Seguí a esa manada terrorífica mientras mi cuerpo dio de sí.


Noté que iba rapidísimo y miré el reloj. En ese momento, había recorrido 300 metros e iba a una velocidad de 20 km/h. Eso, para un terrícola, está más que fuera del sistema. Por eso y por el riesgo evidente de agotar demasiado rápido el depósito de gasolina, aminoré el ritmo aunque continué yendo todo lo rápido que podía, sin rendirme y ya sin volver a mirar el reloj para no asustarme o para no desanimarme, según se mire. 
Al empezar la última vuelta adelanté a uno que fue mucho más optimista que yo y que iba dejándose jirones por el paseo marítimo. Por detrás notaba demasiados pasos y aún más aliento pero no me apetecía mirar. Se corre más cuando se huye que cuando se persigue. 
A falta de 200 metros se me emparejó un corredor y cambió el ritmo. En un alarde corajudo, apreté los dientes y lo intenté aguantar mínimamente pero no me quedaba nada y entró en meta un segundo antes que yo. 


Fui instigado por la rabia y vencido por las piernas. Jugó mejor sus cartas y lo felicité entre jadeos en la llegada. La superioridad es simplemente eso. Observar antes, tomar perspectiva, escoger el momento y conocer el futuro. 



Crucé la meta con un tiempo de 6' 5", en la posición 15 de 19 participantes y habiendo corrido un ritmo medio de 3' 47", casi a 16 km/h.
La peor de las pruebas había pasado y creo que lo hice lo mejor que pude. No pensé en que tres cuartos de hora después tocaba la carrera que mejor me iba y no me guardé nada. Lo que pasa es que, como dije antes, es una prueba que simplemente no me va. Supongo que debe tratarse de una cuestión de iluminación, prisma y actitud. Hay espejos que te favorecen y otros te escupen el reflejo. 

3ª Night Run 5 km

A priori era la carrera que más me apetecía correr y que mejor se adapta a mis características pero ya estaba bastante fatigado y con poco tiempo para reposar. 
Si antes de venir ya pensé que acabarla en 22' 30" era un buen tiempo visto que en los últimos meses mis marcas estaban siendo bastante malas, tras una extenuante milla y con menos de tres cuartos de hora de descanso, quizás mis mejores previsiones fueron demasiado optimistas. 
Lo cierto es que al acabar la milla no sabía si era mejor estirar, seguir corriendo, calentar o sentarme. Además, la lluvia fina empezó a engordar y a ser más persistente, así que había riesgo de enfriarme demasiado. 
El recorrido consistía en dar dos vueltas a un circuito cerrado de 2'5 kilómetros. 



Aguanté la temperatura corporal como buenamente pude a base de estirar y trotar suavemente. Viendo que en esta carrera salía toda la manada de golpe, rápidamente me dirigí al arco de salida para coger el mejor sitio posible. Aún y así, me ubiqué en el centro del pelotón, con lo que me tocaría trepar, saltar y hacer de todo hasta encontrar mi lugar en la carrera. 



Y ahí se dio la última salida del día. El primer kilómetro lo pasé esquivando, adelantando y a veces arriesgando hasta llegar a una posición cómoda. No me acordaba del reloj y sonó al recorrer los mil primeros metros. Los completé en 4' 17". No era para tirar cohetes pero la verdad es que podía haber sido peor. Manteniéndolo podría conseguir bajar de la marca que había previsto. 



Al empezar la segunda vuelta vi que había invertido 11 minutos clavados en completar la mitad del recorrido. En ese punto iba emparejado con la tercera mujer y los dos primeros niños de no sé que categoría. La moza, que tenía una zancada de libro, nos dio un arreón mortal y se fue sin pestañear. La elegancia en el deporte, y tal vez en la vida, es hacer lo extraordinario sin aparentar esfuerzos, sin escorzos ni crispaciones. Eso es tener clase, sin más. 
Por mi parte, empecé a notar la actividad cuando me quedaban sólo un par de kilómetros. Me vino un cansancio repentino cuando menos lo esperaba, cuando quedaba tan poco. En ciertas ocasiones, los dados, malditos, sí que tienen memoria. 
Me quedé con los dos chavales y corrimos juntos hasta que cuando restaban 500 metros, uno cambió el ritmo y se marchó en solitario. El otro, exhausto, no lo pudo seguir y nos quedamos los dos juntos. Le dije que siguiera, que quedaba poco y que toda la gente lo estaba animando para que atrapara al de delante pero se quedó vacío.  
Aflojé cortésmente la marcha en los últimos metros para que entrara solo en meta como el segundo clasificado de su categoría. Al llegar, lo felicité y el niño, entre muchos jadeos y más gotas de lluvia, me dio las gracias por echarle una mano aunque al final no sirviera para nada. 
Por mi parte, cumplí mi objetivo y acabé con un tiempo de 22' 17", sobrándome sólo unos pocos segundos. Ocupé la posición 79 de 240 participantes. 



Fue una jornada deportiva muy bonita, muy bien organizada, con un marcado carácter solidario y en la que participó mucha gente. 
En la clasificación final del reto Tri1day, figuro en la posición 11 de 24, en la primera mitad de la tabla clasificatoria. 




Quizás el hecho de improvisar y presentarme sin habérmelo pensado mucho, hizo que fuera sin tensión y sin nada que perder. También ayudó que, a diferencia de otras veces, lo di todo en cada una de las tres carreras sin pensar en el después y no me dejé nada, siempre dentro de mis posibilidades. 
El resumen más claro es que siempre tuve fe hasta que tuve algo de fuerza. Esto último, igual que la esperanza, no es lo último que se pierde: la razón es lo que entregamos cuando ya no nos queda nada más.