Si te gusta la bicicleta de montaña, es una carrera altamente recomendable. El recorrido es variado y cada día tienes de todo: pista ancha hacia arriba y hacia abajo, bajadas técnicas, rampas duras, subidas complicadas o tramos llanos en los que volar.
Los lugares por los que se circula son, en su mayoría, zonas boscosas con paisajes realmente bonitos, casi de postal. Sólo pisas el asfalto para entrar y salir de Logroño.
Está muy bien organizada, con muchos servicios al corredor, avituallamientos generosos y variados, voluntarios muy amables y predispuestos y con una señalización que no da lugar a confusiones.
El ambiente que se respira también es magnífico. La mayoría de los que se inscriben lo hacen para pasar tres días haciendo lo que más les gusta y eso se nota. Entre todos nos ayudamos y así la carrera se hace mucho menos dura.
Mención a parte se merecen las personas que había en cada rincón por los que pasé con mi bicicleta. Fue impresionante como nos animaban. Incluso a veces llegabas a sentirte como aquellos ciclistas que ves en la televisión rodeados de gente anónima apoyándoles.
El único pero, quizás, es que hay demasiada gente inscrita y se forman muchos tapones que hacen que estés mucho rato parado o que tengas que caminar con la bicicleta a cuestas.
A nivel personal, pude completar el mayor reto deportivo que me había planteado hasta entonces. El único objetivo era acabar y será por eso que fui con pies de plomo durante los tres días. A lo mejor fui demasiado conservador, pecado mortal salvo que en realidad uno amarre por agotamiento y tenga muchas ganas de correr pero ninguna fuerza.
Mucha parte de mi pequeño gran éxito personal se lo debo a mi bicicleta. Sigo diciendo que era la peor de todas las que ahí se juntaron pero no me dio ni un solo problema en los tres días de carrera. Aún no entiendo como puede quererme tanto con las cosas que le digo.
Mis dos compañeros hicieron una carrera mucho mejor que la mía, cosa que también era evidente. Son mucho más técnicos que yo y bajan como un tiro. Aunque no sé porque arriesgaron tanto si a los tres nos iban a dar la misma medalla. Les felicito porque también se lo merecen.
Pasé algunos momentos complicados que me hicieron dudar sobre mis posibilidades. En el primer día, el frío, la lluvia y mi mala gestión, me hicieron preguntarme una y mil veces qué diantres estaba haciendo ahí arriba. Me desperté al día siguiente con ganas de volverme a acostar y en cuestión de poco tiempo se me estropeó el cuentakilómetros, perdí una barrita y se me torció la cala de la zapatilla derecha. Pero de vez en cuando, y sin que se convierta en costumbre, se hace justicia. De pronto, se endereza lo que parecía tan retorcido como las tripas del infierno. Los protagonistas somos humanos y el esfuerzo es terrenal pero la inspiración siempre es mágica y es lo que te hace avanzar.
Este hito minúsculo se lo tengo que dedicar a los que me apoyan a diario: familia, amigos y compañeros de trabajo y, en especial, a quienes están tan cerca de mí que son casi yo. A mi novia, a mi hermano, a mi padre y a mi madre que, aunque no me lo digan, creen más en mí que yo mismo. Eso es lo más grande que puede ocurrirle a uno.
Al final, siempre al final, es cuando haces balance y piensas si lo que hiciste tiene un sentido. Y aunque ahora la tentación es muy grande, no diré que fue bonito mientras duró porque esta sensación será eterna. Lo que se hace con el corazón no debería olvidarse nunca.
La vida no es tan fácil, dirán algunos. Pero la enseñanza sirve y lo sueños se cumplen, a veces de una tacada. Yo logré conseguir lo que había imaginado mucho tiempo antes.
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