Crucé la línea de llegada rebajando en dos minutos mi marca personal. Acabé como supongo que debe acabar un soldado que sobrevive a una batalla en la que ha querido estar: sudando a torrentes, roto, casi reventado, pidiendo clemencia (agua en mi caso) a quien pudiera estar por allí cerca.
Lo hice a un ritmo lento, casi irrisorio, con la aburrida y rutinaria cadencia que me permitían las fuerzas que ya se habían evaporado mucho tiempo antes.
Pero vamos a lo que fue la carrera en sí porque según los datos que se dieron, más de dos mil personas tomarían la salida a la misma hora en una avenida de cuatro carriles. Dos terceras partes hacían la carrera de diez quilómetros y el tercio restante, la media maratón. Se compartía circuito hasta la misma línea de llegada, punto en el que los más atrevidos sabíamos que nos quedaba más de la mitad del recorrido.
Los ocho primeros quilómetros los hice a un buen ritmo y al lado de mi hermano. Me detendré aquí porque creo que merece la pena saber que este mozo corre con una rodilla y media (se rompió la misma hace siete meses) y con unas ganas y un coraje enormes. Lo que está logrando, a mi juicio, sobrepasa lo admirable. Y como él todas las personas que pasan por una lesión similar y percuten, trasiegan y luchan hasta superarlo. Y no se rinden nunca porque simplemente no les sale.
Por aquel entonces pensé que estaba confundiendo la valentía con la temeridad y dejé que se marchara a su ritmo. Se ofreció a esperarme pero decliné que siguiera ayudándome. Sabía que una parte de lo que íbamos a conseguir cada uno era gracias al otro. Lo vi alejarse en una recta interminable y me emocioné tras mis gafas de sol como lo hago ahora al relatarlo. Llegó a la meta y también rebajó su récord personal. Me alegré muchísimo por él.
A mi sólo me quedaba luchar contra la mente y el físico, habida cuenta de lo complejo que es batallar contra ambos factores, sobretodo contra el primero. De piernas fui bien, sin más molestias que algunas agujetas que se me pasaron rápidamente. La cabeza fue otra historia. Bajé el ritmo bastante. Los quilómetros costaban de digerir una barbaridad. Psicológicamente restaba metros, calles y tramos para tratar de acercarme a la meta. Entorno al quilómetro quince me pasaron los que marcaban el tiempo final de 1h 45'. Intenté seguirlos pero sólo logré aguantarles unos metros.
Se hizo tedioso, como esperaba. Hubo ganas de parar y caminar, de acortar camino aunque hubiera sanción o de retirarse, directamente. Los típicos momentos de crisis. Contar pasos o conos, cantar alguna canción del verano o recordar lo que estudié ayer.
El caso es que mi rendimiento cayó en picado, en parte por voluntad propia y en parte porque me quedaba poco combustible, y los corredores iban pasándome. No me paré ni en los avituallamientos y sólo quería llegar.
Entre mis miserias observé otras muchas y eso me hizo sentirme algo menos desgraciado, que no era poco con la que estaba cayendo. Vi el reloj en el arco de meta y sabía que iba a superar mi marca, tan digna como mejorable.
Crucé la línea de llegada rebajando en dos minutos mi marca personal. Acabé como supongo que debe acabar alguien que entrena para superarse a sí mismo. Ahí estaba, en la meta. Donde había estado con mi hermano un rato antes. Donde seguían llegando más corredores. Donde muchas cosas cobran sentido.
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