miércoles, 18 de noviembre de 2015

XXVIII Marxa Popular dels 20kms de Platja d'Aro

Llegaba habiendo corrido poco y mal desde hacía tiempo. Ha sido un año en el que he acumulado muy pocos kilómetros a pie y en el que creo que me he estancado. Los ritmos no han mejorado aunque tampoco he puesto mucho de mi parte, sinceramente. Incluso ha habido semanas en las que no he salido a correr y siempre he encontrado alguna excusa de mal pagador para no ponerme las zapatillas. La pereza se paga como todas las facturas. 
El pasado domingo tuve que luchar durante poco más de dos horas contra mi mismo, contra un cuerpo que no respondía a lo que le pedían las neuronas; una pelea interior de aquellas que crees que recordarás toda la vida porque te enseñan más de lo que imaginaste. 



La salida fue rara por lenta. Al contrario que otras veces, se despegó tranquilamente. Quizá es que mucha gente sabía por donde íbamos a meternos, ya que en apenas tres kilómetros empezaba una subida larga y que tenía pinta de ser dura. 



Esta era la única parte del circuito que no conocía pero pude hacerla bastante bien. Habíamos llegado al techo y al primer avituallamiento. Una parte difícil estaba completada. El drama es que aún quedaba mucho. 
Tocaba economizar esfuerzos para encarar una bajada larga por pista ancha y luego un llano entre campos que nos dejaría en un camino de ronda plagado de escaleras y con unas vistas preciosas. 



Con quince kilómetros en las piernas y con dos ediciones consecutivas a mis espaldas, sé que este sector puede ser fatal si no te has regulado. Dosificarse puede implicar bajar la cadencia, ponerse a caminar, apoyarse en un árbol y jadear varios minutos o bien sentarse en el suelo con la cabeza agachada y la mente en quien sabe donde.



Con dificultad acabé el sube baja para recorrer unos metros de playa. A esas alturas, empezaba a estar muy tocado. 



Al final del tramo arenoso, se empezaba a subir escaleras y a trepar por rampas durante un buen trecho. Y fue ahí, ya con casi dieciocho kilómetros encima, cuando empecé a recordar como arde el infierno. Pulsaciones rápidas, pasos lentos. La explicación es obvia y el cansancio también. 



Llegué a la cúspide, miré el reloj y vi que no podría acabar en menos de dos horas ni aunque me hubiera subido en un avión. Me castigué un poco y maldije a todo lo que veía y a mucho de lo que pensaba. Hubiera sido un buen tiempo tal y como se presentaba la afrenta. Se tiran más toallas con la mente que con las manos. 



Maltrecho de arriba y de abajo y sin quererlo, estuve por asegurar para siempre que correr es una porquería. Craso error. El deporte nos pertenece y hay que quererlo del mismo modo que se quiere a la familia, adorable en ocasiones, latosa muchísimas veces, pero siempre entrañable; gente que no te juzga por tu última estupidez sino que hace media con todas las anteriores. 
Los últimos tres kilómetros fueron los más largos que recuerdo. Los hice por inercia y porque iba acompañado. Si llego a estar solo, creo firmemente que aún estaría caminando alrededor del río. 



Cuando por fin crucé la meta, lo festejé interiormente y sentí un alivio importante. En ese instante me daba igual la posición, el tiempo y todo lo demás. De hecho, cualquiera que llega tarde a un sitio puede celebrarlo porque a veces lo único que sirve es precisamente eso. La historia del mundo está jalonada de ejemplos de júbilos vanos e inconscientes, desde los que llegaron al Polo Sur y se encontraron otra bandera plantada, hasta los que descubrieron que ella tenía novio una vez iniciado el desembarco en Normandía. 



Con las piernas bloqueadas, intenté pensar en algo que me hiciera feliz pero no pude. Ni el bocadillo final, premio de honor para todos los que estábamos allí, era estímulo suficiente para valorar el trabajo que había hecho. 



Algo consternado y bastante lastimado en cuerpo y alma por haberme pasado cinco minutos del tiempo previsto, me fui por donde vine como Humphrey Boghart de Casablanca: sin la chica pero con la eterna aspiración de los que estamos habituados a quedarnos sin ella. 

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