Lo que se planea mal suele no salir bien. Por eso, a veces uno no merece
mucho más que nada y no le queda ni siquiera la excusa. Quizá pueda acusarse la
desgana, el cansancio o la falta de concentración, que es una consecuencia
directa de lo anterior. O puede ser peor y que sea el discurso lo que está
gastado. Los gritos que se repiten tanto acaban siendo tenues ladridos que divagan en la
noche. Lo malo es que se pueda seguir durmiendo pese a ellos.
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