Pensando un poco, hace un año que empezó esta historia atisbadamente seria. Supongo que lo hice por probar y porque, por lo general, nos gustan las cosas nuevas. Como sociedad, como aficionados o como curiosos. Cada novedad es una esperanza de algo mejor, no importa que lo anterior ya fuera bueno, estupendo o magnifico. El impulso es puramente humano. Nos gusta cambiar, quizá, porque nos gusta añorar.
El circuito era idéntico al de antaño, buena temperatura y el humilde aliciente de empezar y acabar corriendo, sin que sobraran kilómetros o desgana.
La salida no me parece rápida y los que guían a la manada no están muy lejos. Da igual, la verdad. Normalmente, basta con alzar levemente la mirada para intuir quien va a llegar un mundo antes que tú, quien va a hacer que tu ritmo, tu marca o tu cansancio sea irrisorio. Son las ventajas de sintonizar una frecuencia distinta al mundo convencional, de llevar otros sombreros. Mientras ellos se visten de superhéroe, el resto de la gente todavía es incapaz de recordar su nombre y apellidos.
Siendo consciente de que la parte más dura está entre los primeros cinco kilómetros, le advierto a mi hermano que hay que tomárselos a ritmo y con relativa calma para poder culminarlos a un ritmo que no nos lastre. Los siguientes cinco son los más rápidos que vamos a hacer debido a que hay un tramo descendente muy largo y apretamos los dientes. Llegamos a la mitad y vamos bien. Sé que en los siguientes cinco kilómetros hay un tramo de quinientos metros severos que tenemos que librar como mejor sepamos. Lo conseguimos finamente. Nos faltan los últimos casi seis y es el tramo que se me atragantó el año pasado: un sube baja con escaleras y un tramo de playa.
Vamos hablando para que se nos haga más ameno. Entre los dolores de uno y de otro, músculos a punto de subir y ánimos a punto de bajar, estamos llegando al destino. Se nos hace pesado pero lo logramos. Es la primera vez que él corre veinte kilómetros. Lo recordará siempre, como yo, que he mejorado mi tiempo en la distancia y que sigo disfrutando al atarme las zapatillas, al darle pedales a cualquiera de mis dos bicicletas o al ponerme el bañador y el gorro. Las ganas y el trabajo.
Es posible que mis ilusiones estén engordando demasiado para morir cualquier tarde, pero creo honestamente que tengo que agradecerme el empeño. Los que se ven obligados a batallar en contra de su voluntad se abandonan a la primera dificultad para tener razón, para demostrar que no estaban en condiciones de hacerlo.
Sin embargo, y si se juega como se entrena, basta con recordar días complicados en los que la mente y/o el cuerpo no iban y que pudieron salvarse cortésmente. Y no caerse ni llorar. Ese es mi combustible: saber que ya lo hice.
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