Las guerras seguirán existiendo mientras existan genocidas como Muamar Al Gadafi o Hosni Mubarak. El primero es un tirano libio y el segundo es lo mismo pero que habla egipcio. Sólo les diferencia una cosa: el primero se fue tras varios amagos de quedarse pese a tener en contra hasta a su sombra, mientras que el segundo está empeñado en hacer creer que él es el cambio, la revolución y por todo ello decide seguir mandando y, de paso, que la gente siga matándose.
Ahora sólo falta saber si el resto de países que han hecho pequeñas intentonas de carácter similar (Túnez, Argelia, Marruecos) se animan para intentar derrocar a su rey mientras mueren unos cuantos en el intento. Es la revolución sangrienta, infame y primitiva. El ejército ambiguo y el pueblo atemorizado a la par que indeciso.
El líder, mientras, se aferra a su trono mientras contempla como las bombas y los misiles circulan de un lado al otro sin tocarle. Fueron el poder y la riqueza. Son los antitodo que se agarran al clavo ardiendo de la nada. Fueron la salvación y la esperanza. Son lo que está extinguido. Fueron un icono, un ídolo, el respeto. Son el dolor, la escoria, la miseria. Fueron tanto que ya no son absolutamente nada.
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