viernes, 17 de abril de 2009

Diario de un manresano ocasional (Capítulo 2)

Eran las siete y veinte cuando salía del hostal. Había niebla y llovía débilmente. Suerte que cogí el paraguas.
En cinco minutos de reloj me planté en la estación de tren y es que ayer decidí que éste sería mi medio de transporte para ir cada día hasta la oficina, ya que una compañera de trabajo me convenció porque ella hacía lo mismo cuando vivía en este pueblo hasta hace unos meses.
Y tenía razón: el tren sale a las siete y treinta y cinco minutos y en diez más te deja en Manresa y desde la parada sólo hay unos cinco minutos caminando hasta la oficina, así que aún me ha sobrado tiempo y la verdad es que he venido muy bien.

Una vez ahí he ido aprendiendo un poco más aún el método de trabajo que tienen y que me cuesta bastante asimilar debido a que todo el proceso que yo llevaba a cabo antes totalmente solo, aquí lo realizan unas cuatro o cinco personas, con lo cual adaptarme es complicado. De todas formas, me he ido quedando con más cosas que creo que me serán útiles durante este tiempo.
He tenido bastante faena y se me ha pasado muy rápido el día. Además, hoy han venido a ayudar dos compañeros que han llegado de mi futura destinación y con los que, además, también comparto hostal y el resto del día que no estamos trabajando también estamos juntos.
Así pues, una vez hemos acabado la jornada, hemos ido hasta el hostal con el coche de empresa con el que han venido. Les he guiado un poco por el pueblo, tal y como hizo ayer conmigo mi compañera de trabajo, y hemos estado toda la tarde dando tumbos hasta que hemos entrado en un bar para tomar algo y sin darnos cuenta nos han dado las 9 de la noche, con lo cual hemos buscado un restaurante para cenar algo en condiciones. Después de mucho caminar hemos ido a parar al restaurante que está justo al lado del hostal y ahí nos hemos quedado.
Acabo de ducharme hace diez minutos. Voy a ver que hacen en la televisión y a acostarme porque mañana subimos los tres con el coche de empresa y hemos quedado a las siete y cuarto para ver si encontramos un aparcamiento decente.
Son más de las once de la noche y no tengo ni pizca de sueño. Me alegro de haber escuchado tu voz hace un rato. No sabes cuanto. Te echo muchísimo de menos.

Sant Vicenç de Castellet, 15 de abril de 2009.

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