Ellos siempre creyeron que yo podía llegar. Yo aún no he llegado pero sé que ellos siguen creyendo que puedo. Si no fuese así, yo no podría ni tan siquiera intentarlo.
sábado, 4 de junio de 2011
La vida encima de una bicicleta
Mientras llaneas vas tranquilo, vas haciendo, vas viviendo. Puedes pensar, contemplar el terreno a ambos lados, de frente e incluso por la espalda. Es el momento del sosiego y de dejarse llevar placenteramente. Mantienes la vista al frente y ahí llega la rampa. Piensas en como la afrontarás, en coger un buen ritmo que te permita llegar a lo más alto sin desfallecer en el intento. Las rampas son para sufrir, eso está claro. El que no sufre subiendo es que no ha subido nunca. La gracia está en saber sufrir y ahí es donde nos hacemos fuertes o yacemos débiles. También puedes bajar. Quizá sea la parte de más tensión, de agudeza y de reflejos y de más gozo. Nunca debes centrarte sólo en lo que tienes a un metro sino que tienes que prepararte para lo que hay diez metros más allá. En el fondo, ir en bicicleta se parece mucho a vivir una vida. El llano es lo cotidiano, la subida es la pena y la bajada es la felicidad y también el fin de nuestros días. De hecho, en los descensos es donde han muerto más ciclistas. Y es que aquí es donde hay más peligros y de donde, irremediablemente, surgen los vencedores y caen los vencidos. El riesgo es perenne y la heroicidad es un hecho irrefutable.
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