sábado, 2 de abril de 2016

Volcat 2016 (3era etapa)

Sin duda, me interesaba resarcirme de la ausencia del día anterior. Me movía la rabia y el ansia, sensaciones nuevas, pero también la impaciencia, que es un viejo problema que arrastra uno. 
Esta vez, todo empezó mejor. Llegamos con antelación suficiente a la parrilla de salida para coger un sitio un poco más óptimo y lo conseguimos. No era para tirar cohetes pero al menos no volvía a salir en la cola del grupo. 
La salida fue una retahíla de anarquistas que abrieron fuego contra el archiduque Francisco Fernando, como en aquel atentado que desencadenó la Primera Guerra Mundial. Fue tal el zafarrancho, que en caso de que físicamente fuese factible, más de uno me hubiera pasado por encima. 



Me costó coger el ritmo y me faltaba el aire en los primeros compases. La musculatura aún no estaba caliente y el principio fue rápido y complicado porque soplaba viento de costado, aunque no era excesivo ni totalmente lateral. Aquello no pasaba de ser un desfile prolongado de ciclistas altos conmigo como excepción, regatistas a bordo de dos ruedas. Hasta que de repente la cuerda se rompió delante de mí. Sucede cuando la fila se adelgaza tanto que el corredor pierde la protección del viento. El ciclista que tenía delante aflojó estrepitosamente la marcha para luego abrirse a la derecha y deshincharse por completo. Me vi comandando un grupo de cinco unidades y a escasos metros de volver a subirnos a la ola buena. Hacía falta que algún forzudo se pusiera a dar zapatazos y nos sacara del atolladero porque con mis cualidades, en campo abierto, era imposible. Miré hacia atrás varias veces pero no hubo nada. Me exprimí inútilmente pero el grupo delantero se fue alejando metro a metro en una recta interminable mientras las fuerzas me abandonaban por completo. Las pesadillas siempre tienen argumentos peores. 
Pasado un primer tramo ventoso repleto de toboganes, empezó una parte más técnica y boscosa en la que tocaba menos aire. Aún estaba recuperándome del primer impacto pero decidí que hoy no era día de guardarme nada y le di a las piernas tanto como pude. Ocurre cuando no tienes nada que perder. 
La primera enseñanza es que los deportistas no son dóciles, sino que se rebelan, y que no hay más estrategia que la que marca cada cuerpo. La siguiente lección es corta: carpe diem. Si uno siente que ya le ha llegado el momento, que vuele. Que no se acomode en la prudencia de los que siempre recomiendan paciencia. 



Los kilómetros pasaban rápido y estaba haciendo una buena carrera. Exceptuando un par de tapones que tuve que soportar, disfrutaba de un recorrido ameno y más divertido que el del primer día y las partes más difíciles, las estaba salvando bien, así que nada hacía presagiar un final diferente al esperado, que no era otro que llegar sano y salvo. Intuir el desenlace de una historia no evita la emoción y de eso, precisamente, llevan viviendo toda la vida las películas de 007. 
Igual que hice en la primera jornada, obvié todos los avituallamientos por los que pasaba porque tenía alimentación de sobras. Seguí con mi estrategia en cuanto a comida y a bebida y no me noté vacío en ningún momento. 
Ya casi al final, apareció un tramo con un fango maloliente y resbaladizo que hizo que estuviera a punto de rebozarme en él un par de veces. Eché el pie a tierra cuando el peligro era evidente y me llevé de camino a la meta unos cuantos gramos y centímetros de barro incrustado en mis zapatillas. El maillot y el físico, intactos. 



En el circuito cerrado previo a la entrada a meta, me adherí a un grupo de ciclistas que iban con el cuchillo entre los dientes dispuestos a disputarse el sprint final. Tras unos metros viendo como intentaban despegarse entre ellos, aflojé para evitar un último susto innecesario y me dejé llevar. 
Encaré los escasos cien metros de la recta de meta en solitario esperando una fotografía en la que no saliera más gente que uno mismo. De esas instantáneas que te gustaría guardar en un álbum por si alguien más quiere verla y que llevas siempre contigo aunque no puedes enseñarla. Ese fue el fin. Ese fue el último momento.  
El eterno anhelo que tiene uno es que ojalá, algún día, coincidan la victoria con el esfuerzo y la integridad. Pero el mundo real es otro y sólo regala una baza: volver a intentarlo pronto. Veremos cuando y donde. 


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