miércoles, 21 de enero de 2015

Una etapa a punto de cerrarse

Fue hace unos cuatro años cuando me decidí a volver a estudiar una carrera. Diré que fue el típico propósito de año nuevo aunque no lo recuerdo muy bien. Tardé un buen tiempo en dar el paso definitivo pero en septiembre del año 2011, y tras muchas dudas y otros tantos pensamientos, me matriculé en el segundo ciclo de Ingeniería en Organización Industrial en su modalidad semipresencial, ya que trabajando me era imposible asistir a clase regularmente. Serían dos cursos dedicados a tiempo completo y algo más para los que trabajamos. En mi caso, particularmente, tres años y medio... hasta hoy.  
Quise tomármelo como un pasatiempo más a los que ya acumulaba pero reconozco que llegó a convertirse en una obligación porque sabía que crecería con lo que leería, aprendería y escribiría. Estaba seguro que todo el esfuerzo que empleara a diario me serviría, en definitiva. No me equivocaba. 
Sabía que estudiar y trabajar a la vez podía resultar agotador, mental y físicamente. Ya lo hice durante seis meses pero eso fue hace bastante tiempo. Era consciente de que debía encontrar el término medio, la medida exacta. El cansancio nubla la mente y el entusiasmo dura bastante menos que el talento. Es el problema de cantar y bailar a la vez. Si bailas bien, jadeas. Si cantas bien, eres un poste. 
Me he aplicado tanto como he sabido. Desde un buen principio reorganicé lo suficiente todo lo que tocaba y me rodeaba como para sacar tiempo de donde no lo hubiera para no descuidar ni un solo quehacer. Lo mejor de todo es que creo que lo he conseguido casi siempre. Y si me he dejado algo no ha sido por falta de ganas. Me he ido reinventando, cambiando a ratos y a pedazos. Teñirse el carácter es más sencillo que pintarse el talento.  
He tenido que ser ser ordenado, metódico, cuidadoso. La perfección exige memoria antes que voluntad. La primera dificultad siempre es acordarse de lo que toca y la siguiente es llevarlo a cabo. Y así ha sido. 
Mi inteligencia es sencilla y limitada y mi ignorancia abarca una superficie incalculable. Por ahí sé que no puedo llegar al final pero perseverando mucho consigo acercarme siempre. He ido forjando una constancia y un empeño que me han permitido alcanzar ciertas cotas, todas con su distinta historia. He creado una enorme fuerza de voluntad que quiero que se muera conmigo. Es mi seña de identidad, mi mejor cualidad: no rendirme nunca. 
Tal vez no sea más que la resistencia a cambiar de estilo, una tremenda obstinación por morir haciendo versos, uno tras otro y sin descanso. A lo mejor podría cambiar el modus operandi y fiarme más de lo que conozco, de lo que sé, de mi incierto cociente intelectual. Es cierto. Sucede que no sé hacerlo de otra manera. 
De aquí a ocho días tengo que dar el último paso, el definitivo: presentar el proyecto de final de carrera frente a un tribunal evaluador. Todo el trabajo está hecho pero falta el toque final, lo que le da la gracia y te corona o te hunde. Una etapa de mi vida está a punto de cerrarse. El clavo está puesto y sólo falta saber con qué lo golpearé, si con un martillo pilón o con una pluma de ganso.